martes, 11 de diciembre de 2012

LAS LEYES DE LA FRONTERA

Las Leyes de la frontera de Javier Cercas


   Hoy paso a comentar el último libro publicado por Javier Cercas en Mondadori éste mismo año y que presiento que será un gran éxito de ventas y pienso que de crítica.

   Parto de una premisa que creo que debo de explicar para que se comprenda un poco lo que pienso escribir y es que me encanta Javier Cercas, lo que cuenta y sobre todo como lo cuenta. Creo que como la gran mayoría de lectores descubrí a Cercas con Soldados de Salamina, le he seguido en sus artículos de prensa, lo leí hace unos meses en La velocidad de la luz y que si bien hace unos cambios en el estilo, la temática sobre el hombre y su destino sigue siendo la clave de su obra.


   El destino, ahí es donde está la grandeza de la obra de Cercas, la relación de los personajes con lo que les toca vivir o la vida que en definitiva buscan, pues el destino no deja de fabricarse día a día y no depende de que un ente superior nos lo dicte o nos lo imponga.


   Las leyes de la frontera es la crónica del fracaso de parte de una generación que le tocó vivir la juventud desde uno de los lados de la frontera, en éste caso hace el símil con la Fontera Azul, esa serie de televisión japonesa de los setenta en que nos narra la épica de unos ladrones que luchan contra la injusticia en la época del siglo X en China. Claro los ladrones son los protagonistas de la historia, los quinquis que nacieron al albur de la democracia en éste país con un falso mito de héroes porque habían nacido en entornos poco favorecidos como fueron los barrios de las periferias y urbanas y en algunos casos céntricos también. Jóvenes que fueron pasto de las drogas, del SIDA y de un modo de vida en el que ser un chorizo no estaba mal visto en su entorno.

   No cuento más, recomiendo su lectura lo devorareis en un par de días.
   Pongo un pequeño vídeo sobre la serie mencionada: La Frontera Azul.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

VERANO Y AMOR

     Me aproximo por primera vez a una novela del gran autor irlandés en lengua inglesa William Trevor (1928), no sé si desconocido para el público español, pero sí al menos para mi. Si hiciese una pequeña semblanza diría que nacido en el condado de Cork en el seno de una familia irlandesa y protestante de clase media, completó sus estudios en el prestigioso Trinity College de Dublín, empezando su vida laboral como escultor hasta que dedicado por completo a la literatura, pasando por la publicidad, llega a publicar más de veinte novelas, una quincena de colecciones de relatos cortos, amén de cuentos infantiles, obras de teatro y de no-ficción. Por lo que por todo ello ha recibido una gran cantidad de premios literarios entre ellos el David Cohen y el Premio Whitbread, además es miembro de la  Academia de las Letras Irlandesas.

     Voy al grano: Trevor nos presenta para mi opinión una obra maestra y modelo de como se ha de escribir una novela, presentando situaciones, personajes, paisajes, entornos, sentimientos y sobre todo el alma humana de manera concisa, clara, entendible y sobre todo sin artificios ni 300 páginas de relleno para que se venda al tipo de un best seller al uso.
     Estamos a finales de los años cincuenta del pasado siglo en una comarca rural de Irlanda en donde la única actividad del pueblo es vivir la rutina y monotonía de su existencia acorde a las normas impuestas por la moral (eminentemente católica) y las buenas normas de convivencia. La frialdad con la que se conducen los personajes, al menos de forma aparente, no es más que una escudo de protección de los sentimientos ante los demás. El autor nos presenta esa vida cotidiana en que en apariencia, no pasa ni sucede nada que no hubiese acontecido el día anterior pero que está sobre todo cimentada en unos personajes que sufren y  aman en secreto, proyectan su sufrimiento y su amor  en los demás dándonos la impresión de que envidian la vida de los otros pero que en realidad se entristecen por la suya propia.
     Dillahan es un campesino que vive en su granja junto a su joven mujer Ellie, criada en un hospicio por unas estrictas monjas y ofrecida al mismo como sirvienta tras la muerte accidental de su anterior esposa y el hijo de ambos y que él arrastra como una pesada losa de culpa toda la novela. 
     Ellie conoce a un joven en el pueblo en el transcurso de unas compras y termina enamorándose de él como nunca lo ha hecho pues así como comparte su vida con Dillahan no comparte un amor que no existe entre el matrimonio. 
     Esa es la base del libro sobre el que descansa toda la maravillosa prosa de William Trevor, al que lea ésto, disfrutar del libro al igual que yo he hecho, no os cuento más. Si teneis dinerito os lo comprais o si no a la biblioteca pública más cercana, tal como yo hago en Aspe y a leerlo.

Punto de Fisión


Me hago eco del blog de David Torres y de su entrada "La Impunidad".
Reflexión interesante de la realidad española, sí esa que hace que al pobre de Rajoy no le permita revalorizar las pensiones ni apaciguar el panorama político cesando al impresentable y calvo-fascista del ministro Wert.





"En España la impunidad es una categoría ontológica y, más incluso, una forma de vida. Aquí hay gente que nace inocente y otra gente que nace impune, lo cual no es lo mismo ni parecido sino más bien lo contrario. Un pobre hombre se pregunta en voz alta no ya quién mató a su padre sino cuántos algarrobos abona su cadáver en una cuneta y le dicen que se calle, que eso fue hace mucho, no vaya a joder la concordia entre vecinos. Como él hay otros ciento trece mil españoles que el Día de los Muertos ya pueden ponerse a jugar al Buscando a Wally en versión subterránea que les va a dar igual, que por lo menos otros ciento trece mil españoles se descojonan vivos porque saben exactamente debajo de qué piedra y en qué cuneta. Hasta en Europa le han dicho que se joda porque saben de sobra que no es bueno meterse en nuestras cosas, que los españoles nos pasamos así el rato, entre lágrimas y carcajadas, entre la picaresca y la guerra civil, y si nos aburrimos pues nos vamos a los toros o le pegamos un tiro a un ciervo y luego nos colgamos los cojones en la cabeza, que también da mucha risa.
Este carácter ciclotímico del español, que se alegra de la muerte y se amarga de la vida, se percibe muy bien en nuestros chistes (la mayoría son de guardar luto) y en nuestras fiestas populares, donde nos sabe a poco arrojar una cabra de un campanario y a veces sacamos una motosierra para cortarle la corbata al novio y se nos va la mano y lo decapitamos, como si fuese el pueblo de Gila. También parece cosa de Gila la juerga del Madrid Arena, que termina con cinco niñas muertas y aquí no ha pasado nada, señora, si no le gusta, váyase del pueblo. Hay que ser muy español, pero mucho, para decirle a esas cinco familias que han visto el video del túnel reventando a presión como una lata de guisantes que la culpa fue del chachachá, que circulen y que a ver si en la próxima niña tiene usted más cuidado, señora.
Pones a los irresponsables de la comisión de investigación del Madrid Arena a resolver el magnicidio de Dallas y concluyen que no había un tirador ni dos, que Kennedy murió de un estornudo. Juntas los dos casos, el de las cunetas y el del pasillo, y queda España reducida a un cuello de botella, una tragedia en dos actos donde en el primero hay demasiados muertos y en el segundo demasiado pocos. Hombre, no vamos a ponernos a cavar ahora medio país con la que está cayendo y tampoco vamos a molestar al forense por sólo cinco niñas que encima eran pobres. Llega a partirse una uña en la fiesta del Madrid Arena la hija de algún pez gordo y se caga la perra, van dimitiendo en fila desde la alcaldesa hasta el conserje del vicealcalde y su primo también, por si acaso.
Aparte de en los cargos públicos, aquí la impunidad también viene incluida en los uniformes, como a esa señora a la que los Mossos le arrancaron el ojo con una pelota de goma y todavía le van a hacer pagar la pelota. No es de extrañar que Díaz Ferrán se enfade cuando lo empuran sólo por unos millones de nada: se llega a enterar antes y se dedica al asesinato"


http://blogs.publico.es/davidtorres/2012/12/05/la-impunidad/

lunes, 3 de diciembre de 2012

LUGARES QUE NO QUIERO COMPARTIR CON NADIE

   Aunque hace ya dos o tres semanas que terminé de leer el libro, no me he atrevido a poner la reseña por pura pereza, ese mal que atenaza a los humanos en general y del que sólo se libran los que han conseguido eso que se llama una vida de provecho.
   De entrada me encanta el título, lo de los lugares que no quiere compartir la autora, cosa que a continuación sí que hace y con ganas de darnos un gran paseo por esa urbe que es Nueva York y todos sus barrios. Podríamos pensar que Elvira se ha dejado unos cuantos sitios para ella, aunque sea compartido por el resto de habitantes de la urbe, y de hecho lo pienso, yo haría igual y paso a explicarlo.
   Definiría el libro como una guía de viajes, un recorrido por el Nueva York privado de la autora y de su entorno, pero por eso mismo es lo que lo hace interesante, la privacidad. Reconozco que jamás he leído una guía de viajes de ninguna ciudad, país o comarca, las he ojeado y poco más, me aburre sólo el pensar que hay un tipo o varios tipos que se empeñan en recomendarme unos cuantos sitios que no debo perderme bajo ninguna manera. La autora, fundamentalmente nos habla de ella y de su integración en la urbe, como viaja, que come, que bebe, donde sufre y donde disfruta de una ciudad que ella define como muy dura, durísima. Pero que si te haces a ella, puedes disfrutar como cualquier neoyorkino.
   Accidentes domésticos, paseos con la perrita, visitas al psiquiatra, llegada de los hijos, presentaciones de libros y conferencias; vivencias al fin y al cabo de la novelista con el fondo de la ciudad es componen el cuadro de un libro muy redondo, fácil de leer y entretenido para gente curiosa, muy recomendable.